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Nutrición para las personas mayores

Recomendaciones nutricionales para adulto mayor Nutrición en el adulto mayor
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No cabe duda que una alimentación completa y equilibrada es fundamental para el mantenimiento de la salud y para la prevención de la enfermedad, pero para que sea eficaz, debe cubrir las necesidades de cada persona, siendo necesario como paso previo establecer los factores que afectan el estado nutricional.

En este punto, es importante recordar que el paso del tiempo determina la aparición de cambios “normales” en los diferentes órganos y sistemas, que junto con factores psicológicos, emocionales, sociales y culturales, pueden condicionar la nutrición de forma negativa en algunas personas, incluyendo:

  • Cambios en la percepción de aromas y sabores, lo que influye negativamente en el deseo por los alimentos.
  • Pérdida de masa muscular y acumulación de tejido graso en diferentes partes del cuerpo.
  • Disminución del gasto de energía asociado a un patrón de vida más lento y pasivo.
  • Reducción de la masa ósea, especialmente en las mujeres, con mayor riesgo de osteoporosis y fracturas.
  • Cambios en la dinámica de las hormonas, especialmente las producidas en la glándula tiroides, el páncreas y los órganos sexuales.
  • Tendencia a la baja en la producción de saliva y secreciones digestivas, así como disminución de la velocidad de los movimientos intestinales.
  • Soledad no deseada, aislamiento social, depresión y pérdida del interés por el consumo de alimentos y en algunos casos, por la vida misma.
  • Presencia de “inflamación de bajo grado”, secundaria al acúmulo de grasa y a fenómenos derivados del proceso normal de envejecimiento.

En ese contexto, los expertos plantean algunas recomendaciones para la nutrición de las personas mayores, con la advertencia que deben adecuarse a la condición particular y a las necesidades, expectativas y gustos de cada individuo:

  • Mayor aporte de hidratos de carbono, especialmente los que se encuentran presentes en los cereales, las legumbres, las hortalizas y las verduras.
  • Mayor ingesta de proteínas de “alto valor” como el huevo, carnes, pescados y lácteos y complemento con proteínas derivadas de legumbres y frutos secos.
  • Aumento del consumo de grasas y aceites vegetales (girasol, soya, oliva) y evitación del consumo de las mezclas y de las de origen animal.
  • Promoción del consumo de alimentos ricos en vitaminas A, B, C, D y ácido fólico, con el fin de prevenir la aparición de condiciones asociadas al déficit de las mismas.
  • Mantenimiento de la ingestión de productos ricos en calcio, hierro, zinc y magnesio, elementos básicos para la ejecución de muchos procesos vitales del organismo.
  • Control del consumo de sodio contenido en la sal casera, en alimentos ultraprocesados, en las gaseosas y en las aguas carbonatadas.
  • Consumo de alimentos que disminuyen la inflamación como algunos pescados (salmón, atún, sardinas), cúrcuma y productos fermentados como el yogúr.
  • Ingesta de un litro y medio de agua u otros líquidos saludables, independiente de la sensación de sed percibida o no por el individuo a lo largo del día.

Fuentes

López Luengo MT. Nutrición en la tercera edad. Farmacia Profesional. Disponible en internet en: https://www.elsevier.es/es-revista-farmacia-profesional-3-articulo-nutricion-tercera-edad-X0213932414617366